sábado, 8 de diciembre de 2012

Centro de Memoria, Paz y Reconciliación. "ESPACIO PARA LA MEMORIA". Por Juan Manuel Roca. Diciembre 6, 2012

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AÑO y NAVIDAD 2012 - NUEVO 2013

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ESPACIO PARA LA MEMORIA
Bogotá, diciembre 6 de 2012. 


Palabras leídas en la  inauguración del Centro.
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Sin pretender una vocería de las gentes del arte y la cultura, quisiera en esta apertura del Centro de Memoria, Paz y Reconciliaciónhttp://www.centromemoria.gov.co/ ,  señalar algo que a todos nos resulta evidente: la importancia de un sitio que recuerda un período de guerras sucesivas, de atropellos a la vida y de una ceguera histórica que es, por supuesto, una ceguera impuesta. 

También señalar que acá se abre un espacio de reflexión ligado a la creación en todas sus vertientes, incluidas las corrientes estéticas que no excluyen la memoria colectiva. Es una forma de concitar el carácter crítico propio de una sociedad que no pacta con la amnesia, siempre alimentada por los poderes.

El arte, por supuesto que no de la misma manera cruenta como han sido desplazados o asesinados tantos colombianos, también ha sufrido la baja paulatina y evidente por parte del Estado.

A la cultura en general le han ido reduciendo su mapa, al mismo tiempo y en igual proporción que ha crecido el mapa de los sacrificados. Es una guerra sorda en la que las víctimas están desdibujadas, como ocurre con el acervo cultural en los medios y aún en algunos espacios académicos.

Las artes también han padecido un feroz desplazamiento, viven en la periferia, muchas veces anuladas en los límites del lenguaje, de expresiones pragmáticas a las que el establecimiento ve como suntuarias o difusas.

Pero, en verdad, si atendiéramos a la memoria registrada en las obras plásticas, en la narrativa y en la poesía, en la escultura y en casos como este a una arquitectura que va más allá del habitar individual y que tiene una carga simbólica tan importante para nuestra historia, no podríamos colegir otra cosa distinta de que el arte es memoria, como lo testimonia el columbario intervenido por la mano de Beatriz González, ahora integrado a este conjunto.

Todo este centro nos recuerda que el crimen es una forma de matar inclusive a la muerte. Que esta, como lo expresa Fátima Fernández a propósito de Norbert Elías y su libro “La soledad de los moribundos”, ha perdido su proceso biológico natural.

Elías recuerda que en el Renacimiento “las viudas y las madres recibían en sus manos el cuerpo de sus esposos e hijos como los reproduce Miguel Ángel en sus esculturas” y que “hoy los médicos y autoridades civiles les entregan el cadáver a los técnicos de las agencias funerarias”.

Esto, que ya es un cambio social y aceptado frente a la muerte, en nuestro caso, es un asunto más doloroso en el marco de las violencias, pues muchas ni viudas ni madres saben en qué lugar están sus muertos. El de los familiares de las víctimas es un dolor insepulto.

Los nadies, los sin tumba, los desaparecidos, no aparecen en nuestro mapa social y mucho menos en la historia. En este centro, como ocurre no pocas veces en  las artes, se recuerda que la muerte individual también hace parte de la muerte colectiva.

Por todo esto no queda otra cosa que dar las gracias a quienes propiciaron este proyecto  civilista, un espacio que aglutina gentes de las más diversas   disciplinas.

Esta es una forma de resistencia espiritual frente a los señores de la guerra, a quienes creen tener potestad sobre la vida, un paso digno en la construcción de un país que se niega al olvido.

Juan Manuel Roca
Bogotá, diciembre 6 de 2012

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LA MEMORIA, UN MAPA POR ARMAR



Juan Manuel Roca

Prólogo de libro "Bogotá, CIudad Memoria", publicado por el recién inaugurado Centro de Memoria, Paz y Reconciliación y el Taller de Edición Rocca


Bogotá, octubre 19 de 2012.



El país, como esos muros que bajo muchas capas de pintura guardan mensajes e historias olvidadas, parece solamente atender al último suceso, para cobijarse en la desmemoria.



En esos muros hay una especie de almanaque de otros días que no pocas veces da cuenta de crímenes y vejámenes, de hechos soslayados o sepultados en los diarios, pero que hay que descascarar para encontrarlos.



Así sucede en este libro.



Ocurre que nuestra historia oficial, podemos repetirlo una y otra vez como un mantra por ser una verdad ineludible, está contada más que por la punta del lápiz por el lado del borrador.



En buena parte el miedo generado como herramienta de amedrentamiento también conduce a provocar el olvido, a asordinar la verdad o a conculcarla.



Nos movemos entre un pasado hipotético y un olvido que nos lleva a vivir en la periferia del otro, en la indiferencia por lo que nos ocurre al cobijo de una ceguera histórica, de una ceguera impuesta.



“La historia es el reverso del traje de los amos”, decía René Char, un poeta de la resistencia francesa que se negaba a la desmemoria y a los pases hipnóticos del olvido.



Este libro es la mirada desde el otro extremo del catalejo, no del lado que aleja los sucesos sino del que los acerca. Es, como todo lo que quiere hacer luz sobre la historia, el reverso del traje que otros nos han hecho a su antojo, a su gusto y sus medidas.

Para lograrlo, para avivar la memoria, los autores de esta obra necesaria han armado una suerte de rompecabezas, de mapas fragmentados de nuestra violencia, una especie de geopatía, de enfermedad del paisaje que se puede señalar en los lugares donde han caído, víctimas del odio, desde notables hombres públicos hasta incontables e inolvidables desconocidos. Nadie es un N.N. para su núcleo familiar, a nadie le asignan el nombre del vacío.

Un mapa así, que más que geográfico es social, puede abarcar desde Jorge Eliécer Gaitán hasta el muchacho anarquista muerto por balas oficiales en una calle que antaño tuvo el nombre ostentoso de Real, una arteria de la ciudad que cuenta en un ábaco de luto una legión de muertos. Es un calle -allí también asesinaron a Rafael UribeUribe-, que desde el trasunto de la violencia tiene los visos de una calle Irreal.

El libro refuerza la generación, como lo hace de manera extraordinaria el Centro Memoria, Paz y Reconciliación, de una conciencia colectiva sobre las víctimas de la ya larga encrucijada histórica que vivimos como nación.

Una encrucijada que nos hace decir, con dolorosa ironía, que en Colombia la guerra siempre viene después de la posguerra, pero también que proyectos como este ayudan a darle el punto final a esta larga situación enajenada y cruenta.

Memoria, paz y reconciliación es el trípode en el que se monta una obra que no es privativamente el cuadro clínico de los colombianos como conglomerado social en el marco de la violencia, sino también un reconocimiento a las víctimas y a sus familiares, que también lo son.

Es curioso que se nos revele acá, como si el azar mirara su necrómetro, que haya sido a una misma hora, a la una de la tarde, cuando mataron a Uribe Uribe y cuando mataron a Gaitán.  Hoy dos placas registran en los lugares de los magnicidios los execrables hechos. Pero, en verdad, son pálidos los homenajes, los monumentos que recuerden a los caídos, como ocurre con el mariscal Sucre en uno, sino el primero, de los hechos sicariales de nuestra historia.

Quizá no sea un simple azar que el Museo Gaitán no se termine de construir tras varias décadas, si pensamos que lo mismo ocurre con nuestra memoria colectiva, que siempre está en obra negra.

Hemos visto pasar a nuestro lado una legión de desaparecidos, de desplazados que llegan a una ciudad donde no pueden echar raíces pues ya se las han cortado. Hemos visto crecer una ciudad que se expande cada día en las montañas configurando un mapa de la exclusión. Hemos visto dos veces el palacio de justicia en llamas y con contadas excepciones hay un registro de estos hechos en el arte público de la ciudad. Hemos visto exterminar a todo un partido de izquierda, hemos visto atropellos oficiales y guerrilleros. Y solo algunos lo recuerdan.

Por eso es bueno registrar en este mapeo de nuestra tragedia ciudadana la escultura de Edgar Negret en homenaje a Manuel Cepeda o la de Eduardo Ramírez Villamizar a la memoria de Guillermo Cano, dos hombres de orillas políticas distantes a los que los une la muerte. El crimen es una forma hasta de matar a la muerte, un suceso atroz que se adelanta a un hecho natural, algo legitimado por cualquier violencia irracional.

Como el arte no se mueve privativamente en un medio abstracto, acá está, como testimonio permanente en el viejo columbario del cementerio central, ahora acogido dentro del bello espacio arquitectónico del Centro Memoria, paz y reconciliación, la obra de Beatriz González, esas sombras pintadas con la paleta indeleble de la memoria. La artista se niega a la desmemoria, al aturdimiento intelectual en esta nación que es, según el aserto de un viejo poeta colombiano, “el país de la adormidera”, de esa planta silvestre a la que basta un simple roce para cerrarse.

El libro recuerda un lugar en el mapa de la violencia colombiana que parece escrito con ceniza, con sangre y ceniza. Soacha, elegida por los narcotraficantes para asesinar a Luis Carlos Galán, pero también elegida para el negocio necrofílico de desaparecer y matar civiles camuflados de guerrilleros. Camuflados, sí, como la verdad. El ejército, con el fin de recibir honores militares y beneficios económicos montó un tinglado, hizo una puesta en escena y llevó a cabo una pésima y cruel obra de teatro, de la misma estirpe inmoral de la reinserción y mascarada de los falsos guerrilleros.

Hay que resaltar que este obra suscitadora como pocas entre las recientes publicaciones que atienden a nuestra realidad y devenir, nos deja grandes lecciones y grandes preguntas.

A mí, particularmente, me deja el deseo de que esta ciudad y el conjunto del país erijan más huellas, más obras que recuerden y respeten a las víctimas. En Berlín, en los sitios de donde fueron sacados miles de judíos hacia los campos de concentración y hacia la muerte, se han incrustado lápidas, tarjas que  recuerdan un pasado que no deja de anidar en el incierto presente.

Pocas veces se crean espacios de reflexión tan sólidos y serenos como este, en un verdadero acto de dignidad colectiva que atiende a una reconciliación que no implica el olvido.

Acá las víctimas no son menos recordadas, como tantas veces suele ocurrir, que sus victimarios.

Juan Manuel Roca
Bogotá, octubre 19 de 2012.

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NTC ... ENLACES:
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http://www.bogotahumana.gov.co/index.php/noticias/comunicados-de-prensa-alcalde-mayor/2747-el-alcalde-gustavo-petro-inaugurara-el-6-de-diciembre-el-centro-de-memoria-paz-y-reconciliacion


El Centro de Memoria, Paz y Reconciliación, gestado y dirigido por Camilo González Posso, busca, en un proceso participativo y de diálogo con toda la sociedad, la discusión y análisis de las condiciones para la construcción de verdaderos criterios de paz en nuestro país, afincados en la memoria y la reconciliación, propósito expresado en el tercer eje del Plan de Desarrollo Distrital 2012 – 2016 que trata sobre Una Bogotá que defiende y fortalece lo público.
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http://centrodememoria.com/wp-content/uploads/2012/07/cartografia.swf MAPA . 

... el columbario intervenido por la mano de Beatriz González, ahora integrado a este conjunto.
http://www.centromemoria.gov.co/index.php?option=com_content&view=article&id=313:la-artista-beatriz-gonzalez-interviene-los-columbarios-del-cementerio-central&catid=42:documentos-relacionados&Itemid=89
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