AÑO y NAVIDAD 2012 - NUEVO
2013
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ESPACIO PARA LA MEMORIA
Bogotá, diciembre 6 de 2012.
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Sin pretender una vocería de las gentes del arte y la cultura, quisiera en esta apertura del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación, http://www.centromemoria.gov.co/ , señalar algo que a todos nos resulta evidente: la importancia de un sitio que recuerda un período de guerras sucesivas, de atropellos a la vida y de una ceguera histórica que es, por supuesto, una ceguera impuesta.
También señalar que acá se abre un espacio de reflexión ligado a la creación en todas sus vertientes, incluidas las corrientes estéticas que no excluyen la memoria colectiva. Es una forma de concitar el carácter crítico propio de una sociedad que no pacta con la amnesia, siempre alimentada por los poderes.
Palabras leídas en la inauguración del Centro.
Sin pretender una vocería de las gentes del arte y la cultura, quisiera en esta apertura del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación, http://www.centromemoria.gov.co/ , señalar algo que a todos nos resulta evidente: la importancia de un sitio que recuerda un período de guerras sucesivas, de atropellos a la vida y de una ceguera histórica que es, por supuesto, una ceguera impuesta.
También señalar que acá se abre un espacio de reflexión ligado a la creación en todas sus vertientes, incluidas las corrientes estéticas que no excluyen la memoria colectiva. Es una forma de concitar el carácter crítico propio de una sociedad que no pacta con la amnesia, siempre alimentada por los poderes.
El arte, por supuesto que no de la
misma manera cruenta como han sido desplazados o asesinados tantos colombianos,
también ha sufrido la baja paulatina y evidente por parte del Estado.
A la cultura en general le han ido
reduciendo su mapa, al mismo tiempo y en igual proporción que ha crecido el
mapa de los sacrificados. Es una guerra sorda en la que las víctimas están desdibujadas,
como ocurre con el acervo cultural en los medios y aún en algunos espacios
académicos.
Las artes también han padecido un feroz
desplazamiento, viven en la periferia, muchas veces anuladas en los límites del
lenguaje, de expresiones pragmáticas a las que el establecimiento ve como
suntuarias o difusas.
Pero, en verdad, si atendiéramos a la
memoria registrada en las obras plásticas, en la narrativa y en la poesía, en
la escultura y en casos como este a una arquitectura que va más allá del
habitar individual y que tiene una carga simbólica tan importante para nuestra
historia, no podríamos colegir otra cosa distinta de que el arte es memoria,
como lo testimonia el columbario intervenido por la mano de Beatriz González,
ahora integrado a este conjunto.
Todo este centro nos recuerda que el
crimen es una forma de matar inclusive a la muerte. Que esta, como lo expresa
Fátima Fernández a propósito de Norbert Elías y su libro “La soledad de los
moribundos”, ha perdido su proceso biológico natural.
Elías recuerda que en el Renacimiento
“las viudas y las madres recibían en sus manos el cuerpo de sus esposos e hijos
como los reproduce Miguel Ángel en sus esculturas” y que “hoy los médicos y
autoridades civiles les entregan el cadáver a los técnicos de las agencias
funerarias”.
Esto, que ya es un cambio social y
aceptado frente a la muerte, en nuestro caso, es un asunto más doloroso en el
marco de las violencias, pues muchas ni viudas ni madres saben en qué lugar
están sus muertos. El de los familiares de las víctimas es un dolor insepulto.
Los nadies, los sin tumba, los
desaparecidos, no aparecen en nuestro mapa social y mucho menos en la historia.
En este centro, como ocurre no pocas veces en
las artes, se recuerda que la muerte individual también hace parte de la
muerte colectiva.
Por todo esto no queda otra cosa que
dar las gracias a quienes propiciaron este proyecto civilista, un espacio que aglutina gentes de
las más diversas disciplinas.
Esta es una forma de resistencia
espiritual frente a los señores de la guerra, a quienes creen tener potestad
sobre la vida, un paso digno en la construcción de un país que se niega al
olvido.
Juan Manuel Roca
Bogotá, diciembre 6 de 2012
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LA MEMORIA, UN MAPA
POR ARMAR
Juan Manuel Roca
Prólogo de libro "Bogotá, CIudad Memoria", publicado por el recién inaugurado Centro de Memoria, Paz y Reconciliación y el Taller de Edición Rocca.
Prólogo de libro "Bogotá, CIudad Memoria", publicado por el recién inaugurado Centro de Memoria, Paz y Reconciliación y el Taller de Edición Rocca.
Bogotá, octubre 19 de
2012.
El país, como esos
muros que bajo muchas capas de pintura guardan mensajes e historias olvidadas,
parece solamente atender al último suceso, para cobijarse en la desmemoria.
En esos muros hay una
especie de almanaque de otros días que no pocas veces da cuenta de crímenes y
vejámenes, de hechos soslayados o sepultados en los diarios, pero que hay que descascarar
para encontrarlos.
Así sucede en este
libro.
Ocurre que nuestra
historia oficial, podemos repetirlo una y otra vez como un mantra por ser una
verdad ineludible, está contada más que por la punta del lápiz por el lado del
borrador.
En buena parte el
miedo generado como herramienta de amedrentamiento también conduce a provocar
el olvido, a asordinar la verdad o a conculcarla.
Nos movemos entre un
pasado hipotético y un olvido que nos lleva a vivir en la periferia del otro,
en la indiferencia por lo que nos ocurre al cobijo de una ceguera histórica, de
una ceguera impuesta.
“La historia es el
reverso del traje de los amos”, decía René Char, un poeta de la resistencia
francesa que se negaba a la desmemoria y a los pases hipnóticos del olvido.
Este libro es la
mirada desde el otro extremo del catalejo, no del lado que aleja los sucesos
sino del que los acerca. Es, como todo lo que quiere hacer luz sobre la
historia, el reverso del traje que otros nos han hecho a su antojo, a su gusto
y sus medidas.
Para lograrlo, para
avivar la memoria, los autores de esta obra necesaria han armado una suerte de
rompecabezas, de mapas fragmentados de nuestra violencia, una especie de
geopatía, de enfermedad del paisaje que se puede señalar en los lugares donde
han caído, víctimas del odio, desde notables hombres públicos hasta incontables
e inolvidables desconocidos. Nadie es un N.N. para su núcleo familiar, a nadie
le asignan el nombre del vacío.
Un mapa así, que más
que geográfico es social, puede abarcar desde Jorge Eliécer Gaitán hasta el
muchacho anarquista muerto por balas oficiales en una calle que antaño tuvo el
nombre ostentoso de Real, una arteria de la ciudad que cuenta en un ábaco de
luto una legión de muertos. Es un calle -allí también asesinaron a Rafael UribeUribe-, que desde el trasunto de la violencia tiene los visos de una calle
Irreal.
El libro refuerza la
generación, como lo hace de manera extraordinaria el Centro Memoria, Paz y
Reconciliación, de una conciencia colectiva sobre las víctimas de la ya larga
encrucijada histórica que vivimos como nación.
Una encrucijada que
nos hace decir, con dolorosa ironía, que en Colombia la guerra siempre viene
después de la posguerra, pero también que proyectos como este ayudan a darle el
punto final a esta larga situación enajenada y cruenta.
Memoria, paz y
reconciliación es el trípode en el que se monta una obra que no es
privativamente el cuadro clínico de los colombianos como conglomerado social en
el marco de la violencia, sino también un reconocimiento a las víctimas y a sus
familiares, que también lo son.
Es curioso que se nos
revele acá, como si el azar mirara su necrómetro, que haya sido a una misma
hora, a la una de la tarde, cuando mataron a Uribe Uribe y cuando mataron a
Gaitán. Hoy dos placas registran en los
lugares de los magnicidios los execrables hechos. Pero, en verdad, son pálidos
los homenajes, los monumentos que recuerden a los caídos, como ocurre con el
mariscal Sucre en uno, sino el primero, de los hechos sicariales de nuestra
historia.
Quizá no sea un
simple azar que el Museo Gaitán no se termine de construir tras varias décadas,
si pensamos que lo mismo ocurre con nuestra memoria colectiva, que siempre está
en obra negra.
Hemos visto pasar a
nuestro lado una legión de desaparecidos, de desplazados que llegan a una
ciudad donde no pueden echar raíces pues ya se las han cortado. Hemos visto
crecer una ciudad que se expande cada día en las montañas configurando un mapa
de la exclusión. Hemos visto dos veces el palacio de justicia en llamas y con
contadas excepciones hay un registro de estos hechos en el arte público de la
ciudad. Hemos visto exterminar a todo un partido de izquierda, hemos visto
atropellos oficiales y guerrilleros. Y solo algunos lo recuerdan.
Por eso es bueno registrar
en este mapeo de nuestra tragedia ciudadana la escultura de Edgar Negret en
homenaje a Manuel Cepeda o la de Eduardo Ramírez Villamizar a la memoria de Guillermo
Cano, dos hombres de orillas políticas distantes a los que los une la muerte.
El crimen es una forma hasta de matar a la muerte, un suceso atroz que se
adelanta a un hecho natural, algo legitimado por cualquier violencia
irracional.
Como el arte no se
mueve privativamente en un medio abstracto, acá está, como testimonio
permanente en el viejo columbario del cementerio central, ahora acogido dentro
del bello espacio arquitectónico del Centro Memoria, paz y reconciliación, la obra de Beatriz González, esas sombras pintadas con la paleta indeleble de la
memoria. La artista se niega a la desmemoria, al aturdimiento intelectual en
esta nación que es, según el aserto de un viejo poeta colombiano, “el país de
la adormidera”, de esa planta silvestre a la que basta un simple roce para
cerrarse.
El libro recuerda un
lugar en el mapa de la violencia colombiana que parece escrito con ceniza, con
sangre y ceniza. Soacha, elegida por los narcotraficantes para asesinar a Luis
Carlos Galán, pero también elegida para el negocio necrofílico de desaparecer y
matar civiles camuflados de guerrilleros. Camuflados, sí, como la verdad. El
ejército, con el fin de recibir honores militares y beneficios económicos montó
un tinglado, hizo una puesta en escena y llevó a cabo una pésima y cruel obra
de teatro, de la misma estirpe inmoral de la reinserción y mascarada de los
falsos guerrilleros.
Hay que resaltar que
este obra suscitadora como pocas entre las recientes publicaciones que atienden
a nuestra realidad y devenir, nos deja grandes lecciones y grandes preguntas.
A mí, particularmente,
me deja el deseo de que esta ciudad y el conjunto del país erijan más huellas,
más obras que recuerden y respeten a las víctimas. En Berlín, en los sitios de
donde fueron sacados miles de judíos hacia los campos de concentración y hacia
la muerte, se han incrustado lápidas, tarjas que recuerdan un pasado que no deja de anidar en
el incierto presente.
Pocas veces se crean
espacios de reflexión tan sólidos y serenos como este, en un verdadero acto de
dignidad colectiva que atiende a una reconciliación que no implica el olvido.
Acá las víctimas no son
menos recordadas, como tantas veces suele ocurrir, que sus victimarios.
Juan Manuel Roca
Bogotá, octubre 19 de
2012.
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http://www.bogotahumana.gov.co/index.php/noticias/comunicados-de-prensa-alcalde-mayor/2747-el-alcalde-gustavo-petro-inaugurara-el-6-de-diciembre-el-centro-de-memoria-paz-y-reconciliacion
El
Centro de Memoria, Paz y Reconciliación, gestado y dirigido por Camilo González Posso, busca, en un
proceso participativo y de diálogo con toda la sociedad, la discusión y
análisis de las condiciones para la construcción de verdaderos criterios de paz
en nuestro país, afincados en la memoria y la reconciliación, propósito
expresado en el tercer eje del Plan de Desarrollo Distrital 2012 – 2016 que
trata sobre Una Bogotá que defiende y fortalece lo público.
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... el
columbario intervenido por la mano de Beatriz González, ahora integrado a este
conjunto.
http://www.centromemoria.gov.co/index.php?option=com_content&view=article&id=313:la-artista-beatriz-gonzalez-interviene-los-columbarios-del-cementerio-central&catid=42:documentos-relacionados&Itemid=89
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AÑO y NAVIDAD 2012 - NUEVO
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